"Seamos justos; al principio no se nos había ocurrido imponerle la lectura como tarea. Sólo pensábamos en su placer.
Sus primeros años nos pusieron en un estado de gracia. El asombro absoluto ante esta vida nueva nos revistió de una especie de genio.
Por él nos convertimos en narradores. Desde cuando se abrió al lenguaje, le contamos cuentos. Era una aptitud que no nos conocíamos. Su placer nos inspiraba. Su felicidad nos daba aliento. Para él multiplicamos los personajes, encadenamos los episodios, refinamos los ardides. Como el viejo Tolkien a sus nietos, le inventamos un mundo. En el límite entre el día y la noche, nos convertimos en su novelista. [...]
Aun si no le contamos nada, incluso si nos contentamos con leerle en voz alta, fuimos su novelista particular, su narrador único, por el que, todas las noches, se deslizaba en las pijamas del sueño antes de hundirse bajo las sábanas de la noche. Mejor todavía éramos el libro.
Cómo olvidar esta intimidad, tan incomparable.
¡Cómo nos gustaba asustarlo por el puro placer de consolarlo! ¡Y cómo nos reclamaba ese temor! Tan poco engañado, ya entonces, y sin embargo todo tembloroso. Un verdadero lector, en suma.
Tal era la pareja que formábamos entonces, él el lector, ¡cuán astuto!, y nosotros el libro, ¡cuán cómplice!"
--Daniel Pennac
Extracto tomado de Como una novela, Grupo Editorial Norma, Colección Catalejo, 2006
Ilustración de Juana Martínez-Neal, Bedtime, técnica mixta, 2010.
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