domingo, 29 de noviembre de 2009

Y pasan los días...

Días frenéticos pero finalmente agarra forma todo. La Catarina Marina empieza a volar (¿o nadar?) y cumplimos dos semanas funcionando, con una inauguración, una presentación del libro Bibliópolis de Horacio Ortiz y un Seminario de Lectura y Biblioteca Escolar para 500 maestros morelenses...

Así que mañana tomaremos un respiro y volveremos con más.

jueves, 21 de mayo de 2009

Las escondidas

Vaya que es difícil jugar a las escondidillas con amigos imaginarios. Son imposibles de encontrar.

martes, 19 de mayo de 2009

limericks

Tengo que admitir que no sólo mi hermana tiene libros míos. Con los años hemos encontrado uno que otro título suyo, incluyendo este delicioso ejemplar vintage. ¿No es hermoso?

El autor de este libro, Bennett Cerf, fue el cofundador de Random House; con él inició el nuevo modelo de las grandes casas editoriales norteamericanas. Entre sus gracias, fue el primero en publicar el Ulises de James Joyce en Estados Unidos, gracias a un histórico caso anticensura (posiblemente el juicio literario más importante de la historia, United States v. One Book Called "Ulysses").

Y, además, le encantaban los juegos de palabras. Con él se fundó el sello de literatura infantil "Beginner Books", donde se publicaron las joyas de Dr. Seuss, otro gran amante de las rimas y de los sinsentidos ingeniosos .

lunes, 18 de mayo de 2009

Ésta sí que es vida




The Swing


How do you like to go up in a swing,
Up in the air so blue?
Oh, I do think it the pleasantest thing
Ever a child can do!

Up in the air and over the wall,
Till I can see so wide,
River and trees and cattle and all
Over the countryside--

Till I look down on the garden green,
Down on the roof so brown--
Up in the air I go flying again,
Up in the air and down!

Robert Louis Stevenson

domingo, 17 de mayo de 2009

Amigos Imaginarios

Resulta que hoy parí al último de los hermanos imaginarios de mi hijo. Se llama Salmón. Sus hermanos mayores, en orden de aparición, son: Chufunflix, Califacto, Kayewahe, San Lorenzo (una vaga referencia al amigo de Tolola, pues nos emocionó mucho ver que ella es un espíritu afín), Cinco y Abejorro. Son tantos, que a veces no cabemos en la cama. Cuando les leo un cuento en la noche, Tristán y yo los tenemos que callar constantemente y hasta hacer una que otra firme reprimenda. A veces lo hacen llorar, pues es el mayor y de carne y hueso. En una ocasión me lo encontré trepado en un naranjo, empapado de lágrimas, porque una chica no quiso dejar que sus amigos corretearan con ellos. Pero por el momento todos están contentos. Juegan Memoria con la abuela y con Tristán y se dejan ganar por ellos.

Instrucciones de Neil Gaiman: qué hacer si te encuentras en un cuento de hadas.


"If an eagle gives you a feather, keep it safe.

Remember: that giants sleep too soundly; that

witches are often betrayed by their appetites;

dragons have one soft spot, somewhere, always;

hearts can be well-hidden,

and you betray them with your tongue."

[Si un águila te da una pluma, mantenla a salvo.
Recuerda: los gigantes tienen un sueño demasiado profundo; que a
las brujas muchas veces las traiciona el apetito;
los dragones tienen un punto débil, en alguna parte, siempre;
los corazones pueden estar bien escondidos,
y los traicionas con la lengua.]

sábado, 16 de mayo de 2009

Cómo protegerse de un tigre

Mi hijo tiene 5 años. Está tan emocionado por abrir una librería --su librería-- que inmediatamente se sentó a escribir (bueno, dictar e ilustrar) los primeros libros para poner a la venta, pues le preocupa que su mamá no tenga suficientes. Éste se llama Cómo protegerse de un tigre. Los consejos no están nada mal. Ya lo he visto en varias juntas con sus amigos, discutiendo con toda seriedad qué libros tienen en su casa para donar.









Por el mismo autor, no se pierda: De los telescopios, El cuerpo humano, Egipcios, La Odisea, Los motores y Cómo protegerse de un león. Próximamente en su librería favorita.

De skazki y otros cuentos de hadas

Hasta el día de hoy, mi hermana y yo somos rivales por el título de Dueña Legítima de nuestra vieja colección de cuentos de hada rusos. Ella, la mayor, aprovechó algún momento de despiste general o de mudanza intercontinental y logró empacarlos todos en una caja. Y ¡puf!, se esfumaron como por arte de magia.


No los volví a ver hasta muchos años después, tantos que casi me había olvidado de su existencia. Estaban perfectamente acomodados en uno de los libreros que recubren prácticamente cada centímetro de su casa. Se trataba de la sección que ella definiría como la de "libros infantiles" y yo, en cambio, la de "textos incautados" o, en un tono menos caritativo, la de "recuerdos robados". En esa ocasión, casi nos arrancamos los pelos con la discusión que hace tanto no teníamos. Finalmente tuvo que intervenir mi cuñado y mandarnos a nuestras respectivas esquinas mientras se calmaban las aguas.


Sigo pensando que esos libros --por más nebulosas que sean las imágenes que flotan en mi memoria-- fueron instrumentales en mi amor por la lectura. Quizás las razones de fondo eran banales. Quién sabe si lo que me atraía era saber que mi nombre era ruso, como esos cuentos, lo que en el fondo me daba más derecho a tan reñido título. O los tonos morados y verdes y rojos y dorados de las ilustraciones. O las brujas y los calderos, las llaves y los cofres de oro, las princesas en los bosques nevados y los lobos listos para devorarlas en cualquier momento. Posiblemente era por el lado oscuro que palpitaba debajo de cada historia, o los nombres suaves que, al pronunciarlos, susurraban como el viento entre los árboles.

En estos días voy a abrir una librería para niños. Son muchas las razones que me llevan a hacerlo. Un hijo de 5 años que recién ayer leyó, de la nada y por primera vez, todo el paquete de tarjetas de la Lotería, sin excluir a "El Borracho" ni a "El Valiente". Una biblioteca personal que he arrastrado de un lugar a otro, incluyendo cinco países. La ilusión de volver a toparme con nuevas ediciones de esos cuentos que guarda mi hermana, los que fueron publicados en la URSS, en otro siglo y otras condiciones. Vivir rodeada de libros, inmersa en el añejo olor a papel y tinta. Enseñar a las manitas sucias y pegajosas a tocarlos, y a los ojos a abrirse con cada página nueva.

Pero, quizás más que todo, porque no hay memoria que me conmueva más que la de mi familia y su relación con los libros. El recuerdo de pedirlos para Navidad y para cada cumpleaños. Los viajes en avión, cuando todavía podías cargar kilos y kilos de ellos en las maletas atiborradas a más no poder. Mi padre y su pequeña fortuna invertida en textos de matemáticas de Springer-Verlag. Las visitas con mi madre a la biblioteca de la embajada de Canadá, a la de Lille, a la de Saskatoon.

Y, más que nada, las pasiones que despiertan esas skazki --cuentos de hadas--, y la preciada y anticipada discusión que siempre tendré al respecto con mi hermana. Puede haber pocas peleas tan sabrosas entre hermanos.

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