Azafrán Pedroza y Obituario Ferroso son dos niños de casi once años de edad que han decidido poner un alto a las hipocresías y mentiras del mundo de los adultos. Han llegado a la edad en que son más que evidentes las grietas, los remiendos y los compromisos que quedan expuestos diariamente por la conducta y las explicaciones de los mayores a quien están a cargo. Ha también llegado el momento de aprender a defenderse y hacer valer sus derechos. Con este fin, fundan el Tribunal Supremo de Justicia Infantil (TSJI) e invitan a los niños de su escuela a enviarles una carta exponiendo sus reclamos. Muy pronto comienzan a recibir casos. Los agravios son muy diversos: falta de atención, preferencia por alguno de los hermanos, discriminación por cuestiones de género, fomento de una malsana competitividad y exceso de actividades extraescolares, entre muchos otros. Juntos se dan a la tarea de citar, enjuiciar y dictar sentencia a los padres de sus compañeros. Al término de cada proceso, redactan una transcripción del juicio, llena de elementos fantasiosos, que entregan a la parte acusadora como documento reivindicador que podrán leer y releer a su antojo. Azafrán y Obituario también tienen sus propios reclamos y llegará el momento en que tengan que enfrentar ellos mismos a sus padres. Se trata de un libro divertido que ayuda tanto a padres como a preadolescentes a entender el poder que tiene la lectura y la escritura, especialmente la autobiográfica, para clarificar y superar problemas.
Tamar Cohen, Papás bajo la lupa, Nostra Ediciones, México, 2009 (ilustraciones de Santiago Solís).
Blog de la escritora Tamar Cohen
Blog del ilustrador Santiago Solís
Tamar Cohen comenta sobre lo que se requiere para escribir literatura infantil:
“Lo cierto es que escribir para niños no es una decisión que uno toma con anterioridad, se podría decir que brota naturalmente del interior del escritor cuando éste se sienta ante la hoja en blanco. Es más, proponerse deliberadamente escribir para niños conlleva a una mala literatura. Si se comienza imaginando al niño de fuera la historia probablemente será hueca, el lenguaje soso y los personajes artificiales. No se escribe para los niños ajenos, se escribe para nuestro niño interno. La mía tiene doce años, y no me refiero a mi hija, sino a la edad de mi niño interno que aparece cada vez que me siento a escribir. Literalmente me pongo en sus zapatos, siento las hormonas de la adolescencia expandirse por mis axilas, la pereza de estudiar, el terror a la luna llena; escribo ahora lo que no logré sintetizar en palabras veinte años atrás, escribo para mí, por una necesidad propia, sin ninguna intención de moralizar, educar o enseñar. Escribo para niños porque me sienta bien, y eso me convierte en una escritora, aunque no escuche fanfarrias.”Santiago Solís habla sobre las ilustraciones que realizó para el libro:
“Traté de contar una historia paralela con las ilustraciones y encontrar la emotividad con una paleta misteriosa y casual de negro, turquesa, naranja, cafés y morado. Quedé satisfecho con el trabajo en equipo; la suma de esfuerzos dio frutos.”
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