Hasta el día de hoy, mi hermana y yo somos rivales por el título de Dueña Legítima de nuestra vieja colección de cuentos de hada rusos. Ella, la mayor, aprovechó algún momento de despiste general o de mudanza intercontinental y logró empacarlos todos en una caja. Y ¡puf!, se esfumaron como por arte de magia.
No los volví a ver hasta muchos años después, tantos que casi me había olvidado de su existencia. Estaban perfectamente acomodados en uno de los libreros que recubren prácticamente cada centímetro de su casa. Se trataba de la sección que ella definiría como la de "libros infantiles" y yo, en cambio, la de "textos incautados" o, en un tono menos caritativo, la de "recuerdos robados". En esa ocasión, casi nos arrancamos los pelos con la discusión que hace tanto no teníamos. Finalmente tuvo que intervenir mi cuñado y mandarnos a nuestras respectivas esquinas mientras se calmaban las aguas.
Sigo pensando que esos libros --por más nebulosas que sean las imágenes que flotan en mi memoria-- fueron instrumentales en mi amor por la lectura. Quizás las razones de fondo eran banales. Quién sabe si lo que me atraía era saber que mi nombre era ruso, como esos cuentos, lo que en el fondo me daba más derecho a tan reñido título. O los tonos morados y verdes y rojos y dorados de las ilustraciones. O las brujas y los calderos, las llaves y los cofres de oro, las princesas en los bosques nevados y los lobos listos para devorarlas en cualquier momento. Posiblemente era por el lado oscuro que palpitaba debajo de cada historia, o los nombres suaves que, al pronunciarlos, susurraban como el viento entre los árboles.
En estos días voy a abrir una librería para niños. Son muchas las razones que me llevan a hacerlo. Un hijo de 5 años que recién ayer leyó, de la nada y por primera vez, todo el paquete de tarjetas de la Lotería, sin excluir a "El Borracho" ni a "El Valiente". Una biblioteca personal que he arrastrado de un lugar a otro, incluyendo cinco países. La ilusión de volver a toparme con nuevas ediciones de esos cuentos que guarda mi hermana, los que fueron publicados en la URSS, en otro siglo y otras condiciones. Vivir rodeada de libros, inmersa en el añejo olor a papel y tinta. Enseñar a las manitas sucias y pegajosas a tocarlos, y a los ojos a abrirse con cada página nueva.
Pero, quizás más que todo, porque no hay memoria que me conmueva más que la de mi familia y su relación con los libros. El recuerdo de pedirlos para Navidad y para cada cumpleaños. Los viajes en avión, cuando todavía podías cargar kilos y kilos de ellos en las maletas atiborradas a más no poder. Mi padre y su pequeña fortuna invertida en textos de matemáticas de Springer-Verlag. Las visitas con mi madre a la biblioteca de la embajada de Canadá, a la de Lille, a la de Saskatoon.
Y, más que nada, las pasiones que despiertan esas skazki --cuentos de hadas--, y la preciada y anticipada discusión que siempre tendré al respecto con mi hermana. Puede haber pocas peleas tan sabrosas entre hermanos.
¿y dónde estará tu librería? Para saber si alguna vez podemos ir... Me encantan los libros y en especial los infantiles.
ResponderEliminarEn Cuernavaca, México... espero que te quede cerca (y si no, que te puedas dar una vuelta algún día). Pronto subiré más datos.
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